Los inicios oscuros de Ozzy Osbourne
Nacido en Birmingham en 1948, John Michael Osbourne nunca encajó del todo en su entorno. Hijo de clase trabajadora y estudiante problemático, abandonó la escuela sin grandes aspiraciones. Trabajó como fontanero, carnicero, incluso en una fábrica de bocadillos. Pero había algo más: una atracción casi mística por la música, por el rock crudo y directo que empezaba a abrirse paso en Inglaterra.
En 1968, junto a Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward, formó Black Sabbath, grupo fundacional del heavy metal. Con riffs densos, letras oscuras y una atmósfera que combinaba terror y crítica social, cambiaron las reglas del juego. Ozzy Osbourne se convirtió en la voz de una generación desencantada, el profeta de lo sombrío, el líder de una banda que asustaba a los curas y fascinaba a los adolescentes.
Álbumes como Paranoid (1970), Master of Reality (1971) o Vol. 4 (1972) cimentaron una estética sonora y visual que hoy es historia del metal. El tono entre fúnebre y épico de Ozzy, su imagen entre payaso loco y médium satánico, era ya inconfundible. Fue uno de los primeros en demostrar que el rock podía ser algo más que música: una religión pagana, una identidad.
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El nacimiento del príncipe de las tinieblas
En 1979, tras problemas con las drogas y una convivencia cada vez más tensa con Iommi, Ozzy fue expulsado de Black Sabbath. Para muchos, su historia acababa ahí. Pero, como haría en tantas otras ocasiones, volvió. Y volvió más fuerte.
Con la ayuda de Sharon Arden (futura esposa y mánager), reconstruyó su carrera desde cero. Reclutó a Randy Rhoads, guitarrista virtuoso, y juntos grabaron Blizzard of Ozz (1980) y Diary of a Madman (1981). Estos discos no solo revitalizaron su figura, sino que lo situaron en la cima del heavy metal de los 80. Temas como Crazy Train, Mr. Crowley o Flying High Again se convirtieron en himnos. Ozzy Osbourne dejó de ser “el que estuvo en Black Sabbath” para convertirse en leyenda propia.
Rhoads murió trágicamente en 1982, pero Ozzy continuó. Con músicos como Jake E. Lee y Zakk Wylde, publicó trabajos como Bark at the Moon, The Ultimate Sin, No Rest for the Wicked y el rotundo No More Tears (1991). Cada disco consolidaba su estatus, cada gira era un espectáculo entre lo grotesco y lo glorioso. Mitos como el murciélago decapitado en pleno concierto alimentaban su leyenda. Era el Príncipe de las Tinieblas. Y el mundo lo adoraba por ello.
Caídas, resurrecciones y reality show
La carrera de Ozzy Osbourne ha sido también la historia de una lucha constante contra sí mismo. El alcohol, la cocaína, los tranquilizantes, los antidepresivos… Ozzy ha probado todo lo que la autodestrucción puede ofrecer. Pero nunca se rindió. Su cuerpo, como su música, parecía inmortal.
En los años 90 y 2000, Ozzy supo reinventarse. Con Ozzmosis (1995) y especialmente Down to Earth (2001), demostró que aún podía escribir canciones memorables. Pero su mayor revolución llegó en la televisión: The Osbournes, reality show que lo mostraba como un padre desastroso, divertido, lleno de tics y juramentos. En lugar de destruir su imagen, la humanizó. El metalero satánico era también un hombre entrañable que se perdía en su propia casa y no entendía a sus hijos.
Gracias a este fenómeno, una nueva generación descubrió su figura. Mientras otros caían en el olvido, Ozzy seguía en pie. Participó en festivales, colaboró con artistas de estilos dispares (desde Post Malone hasta Elton John) y fundó el Ozzfest, un festival que revitalizó el metal en los 2000. Su influencia crecía, pero su salud empezaba a deteriorarse. El Parkinson, las operaciones, los accidentes domésticos. Parecía que el tiempo, al fin, le pasaba factura.
Pero ni siquiera así se calló. En 2020, con 71 años, lanzó Ordinary Man, un disco introspectivo, melódico, donde se despedía sin rendirse. En 2022, volvió con Patient Number 9, lleno de colaboraciones, energía y emoción. La muerte ya rondaba su figura, pero Ozzy respondía con riffs, lágrimas y distorsión.
El último rugido de Ozzy Osbourne

El 22 de junio de 2025, Ozzy Osbourne se despidió de los escenarios con un concierto monumental en su Birmingham natal.
El estadio de Villa Park, normalmente testigo de partidos y cánticos futboleros, acogió aquella noche una ceremonia irrepetible: la última actuación en directo de Ozzy Osbourne, el regreso definitivo del hijo pródigo, del profeta errante que había nacido allí para reescribir la historia del rock. El aire olía a incienso eléctrico, a cerveza, a devoción. Camisetas negras, ojos húmedos, puños alzados. Es evidente que no fue un concierto al uso. Fue un evento único, histórico, irrepetible.
La jornada, pensada como tributo al Príncipe de las Tinieblas y despedida de Black Sabbath, reunió a miles de fans y a algunas de las bandas más influyentes de la historia del metal. Era la última vez que veríamos a Ozzy sobre un escenario. Y aunque su cuerpo estaba debilitado, su presencia escénica seguía intacta, magnética, casi sobrenatural.
La cita reunió a lo más selecto del universo metal y rock. Actuaron bandas como Metallica, Guns N’ Roses, Slayer, Pantera, Gojira, Alice in Chains, Halestorm, Lamb of God, Anthrax, Mastodon y Rival Sons. También sorprendieron al público las apariciones de varios supergrupos, formaciones efímeras ideadas para la ocasión: Steven Tyler (Aerosmith), Billy Corgan (Smashing Pumpkins), Tom Morello (Rage Against the Machine) y otro buen puñado de grandes nombres compartieron escenario.
Adiós desde el trono del metal
Cuando le llegó el turno al protagonista, el estadio temblaba. Apareció en el escenario sentado en un trono, como no podía ser de otra manera. El estado avanzado de su enfermedad le impidió ponerse de pie, por mucho que lo intentó. Ozzy, debilitado físicamente pero con la mirada encendida, ofreció una actuación corta pero inolvidable.
Con su banda interpretó I don´t know, Mr. Crowley, Suicide solution, Crazy Train, y una emotiva versión de Mama, I’m Coming Home. acompañado por Zakk Wylde, Mike Inez, Adam Wakeman y Tommy Clufetos. Cinco trallazos que todo el público cantó al unísono, en una suerte de ritual macabro de despedida, antes del broche de oro.
De entre los focos surgieron enconces Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward para tocar junto a Ozzy por última vez War pigs, N. I. B., Iron Man y un atronador Paranoid que cerró el bloque con lágrimas y cuernos al aire.
Al terminar, se dirigió al público con voz rota: «Thank you… forever. I love you all.»
Fue un adiós sin dramatismos, un gesto de gratitud. Los focos se apagaron, y un castillo de fuegos artificiales reventó la noche británica, pero la ovación siguió durante minutos. Nadie quería que se fuera. Él tampoco.
El legado inmortal de Ozzy Osbourne
Ozzy Osbourne ha muerto, pero no se ha ido. Su voz seguirá resonando cada vez que alguien escuche cualquiera de sus temas. Su gesto, sus andares torpes, sus gafas negras y su cruz colgando seguirán siendo símbolo de una era y de un estilo. Porque Ozzy no solo hizo metal: lo definió.
Más allá de lo musical, su figura representa una resistencia feroz contra el sistema, la moral burguesa, la muerte misma. Un niño pobre de Birmingham que conquistó el mundo cantando sobre demonios, locura y redención. Un bufón trágico, un profeta errante, un artista con el alma rota pero la voz intacta.
Muchos lo imitaron, pocos lo comprendieron. Fue caricatura, meme, padre ausente, abuelo entrañable, dios pagano. Y fue, sobre todo, humano. Con sus caídas y sus ascensos, con su torpeza y su genio. Pero, sobre todo, con su música, que atravesó generaciones y estilos.
Ahora que su luz se ha apagado, el mundo del metal se queda huérfano. No solo por lo que fue, sino por lo que nunca dejará de ser. Porque cada joven que se cuelgue una guitarra, cada adolescente que se tatúe una calavera, cada fan que agite su melena en un festival estará, sin saberlo, repitiendo un gesto que Ozzy hizo antes.
No queda más que dar las gracias. Por todo lo que ha hecho por la música, por tantas cosas. Seguirá aquí, aunque ya no esté. Ozzy Osbourne, Príncipe de las Tinieblas, eterno en nuestra memoria, inmortal en sus canciones.
Bonus track
Para que veas que la gente de Metalmaniac somos de puta madre, te hemos preparado una playlist esencial para que disfrutes de Ozzy Osbourne. Está pensada para mostrar su evolución completa: desde los riffs fundacionales con Black Sabbath hasta sus últimos suspiros en solitario. Además, hemos buscado el equilibrio entre clásicos, rarezas y colaboraciones. Una maravilla, vamos.
P.S.: No nos des la turra con lo de que si falta o sobra alguna. ¡Disfrútala y punto!
Etapa Black Sabbath (1969–1979)
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Black Sabbath – Black Sabbath (1969)
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War Pigs – Paranoid (1970)
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Iron Man – Paranoid (1970)
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Children of the Grave – Master of Reality (1971)
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Snowblind – Vol. 4 (1972)
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Sabbath Bloody Sabbath – Sabbath Bloody Sabbath (1973)
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Symptom of the Universe – Sabotage (1975)
Era clásica en solitario (1980–1991)
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Crazy Train – Blizzard of Ozz (1980)
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Mr. Crowley – Blizzard of Ozz (1980)
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Over the Mountain – Diary of a Madman (1981)
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Bark at the Moon – Bark at the Moon (1983)
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Shot in the Dark – The Ultimate Sin (1986)
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Miracle Man – No Rest for the Wicked (1988)
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No More Tears – No More Tears (1991)
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Mama, I’m Coming Home – No More Tears (1991)
Resistencia y reinvención (1995–2010)
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Perry Mason – Ozzmosis (1995)
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Gets Me Through – Down to Earth (2001)
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Dreamer – Down to Earth (2001)
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I Don’t Wanna Stop – Black Rain (2007)
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Let Me Hear You Scream – Scream (2010)
Últimos rugidos (2020–2022)
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Ordinary Man (con Elton John) – Ordinary Man (2020)
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Under the Graveyard – Ordinary Man (2020)
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Patient Number 9 (con Jeff Beck) – Patient Number 9 (2022)
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Immortal (con Mike McCready) – Patient Number 9 (2022)
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One of Those Days (con Eric Clapton) – Patient Number 9 (2022)