¿Cómo son las actuaciones de Till Lindemann cantante de Rammstein en solitario?
El pasado domingo 29 de octubre, Till Lindemann salió al escenario del Rock Imperium 2025 sabiéndose que era uno de los grandes cabezas de cartel de esta edición. Una continuación de su periplo por tierras europeas y españolas, tras pasar por el Resurrection Fest de Galicia.
Till arrastra muchas multitudes gracias al tirón de su banda Rammstein. Especialmente, ahora que el grupo alemán ha concluido su espectacular gira de grandes conciertos por estadios de todo el mundo. La gente tiene ganas de Rammstein y eso se nota.
Se nota porque con las últimas canciones de In Flames, banda que precedió a Till en el Imperium, la gente comenzaba a arremolinarse cerca del escenario en el que actuaría el alemán. Lo hacían conscientes de las críticas que ya iban publicándose sobre sus anteriores conciertos. Un halo de misticismo y curiosidad se comenzaba a adueñar del recinto. ¿Serán ciertos los rumores de que la puesta en escena resulta un juego demencial? ¿Es tan explícito y escatológico como cuentan?
Lo cierto es que sí. Till Lindeman encabeza un nuevo proyecto en el que no necesita demasiados alardes musicales para hacerse notar. El nombre de esta banda ya lo anuncia bien claro: veremos a Till Lindemann en estado puro, en solitario y completamente desatado.
Los ecos de Rammstein resultan evidentes. Aunque estas canciones son mucho más crudas, más directas. En muchas ocasiones con mayor presencia electrónica y orquestaciones. Con voces más matizadas, menos graves que las que usa con su grupo de toda la vida.
La puesta en escena demuestra que este no es un proyecto cualquiera ni el capricho de un cantante. La producción es alta, sin escatimar en gastos, incluso en las actuaciones que tienen lugar dentro de un festival, las cuales siempre son más limitadas.
El rojo impregna el escenario de Lindemann. Todo es rojo: los atuendos, los micrófonos, los instrumentos, las luces. Todo. El alemán se deja la piel en el escenario, encorvándose hasta el extremo y agitando la cabeza como si estuviera atravesando un trance. Una catarsis. Posiblemente lo sea.
Con su grupo en solitario Lindemann parece extender aún más los límites de la escenografía. Probar cosas nuevas y no dejar indiferente a nadie. El arte —y la música lo es— debe tener cierta capacidad de provocación en el público, un trasunto litúrgico de reflexión. En la actualidad nos hemos acostumbrado a todo; parece que cualquier cosa ya está inventada. Nada nos impacta, ni las noticias devastadoras que vemos en los informativos, ni los contenidos en redes sociales. La sociedad parece atravesar un letargo en el que todo debe ser políticamente correcto y no se pone nada en duda. La globalización hace que todo sea igual en todas partes. Argumento que podría explicar por qué esos sonidos —me niego a llamarlos música— latinos y reguetoneros han abducido a la población mundial.
Till parece decir ¡basta! Parece estar cansado de ese hastío que se haya instalado en la sociedad actual, polarizada y resignada a no dudar de nada ni de nadie. Sabemos exactamente lo que queremos pensar y vamos a consumir la información que nos contenta, que nos mantiene tranquilos, no vaya a ser que alguien nuevo venga para hacernos, aunque sea, dudar.
Lindemann rompe con todo, presentando una escenografía con cierto aire de cabaret decadente, en la que el maestro de ceremonias —del circo de los horrores que vivimos— parece estar aburrido del mundo; de ahí que muchas de las canciones terminen con Lindemann dándose la vuelta y soltando el micro con desidia impostada, el cual retumba al caer contra el suelo con un ruido seco. Golpeándonos, como si algo muy profundo se rompiera en nuestro interior.
Mucha de la prensa ¿especializada? ha criticado duramente las actuaciones de Lindemann. Es cierto que los vídeos que acompañan la actuación son complicados de digerir: obesidad mórbida en danzas grotescas, pastillas y píldoras que se meten por todo tipo de orificios, vómitos o una amplísima colección de clítoris… Pero, quizás habría que preguntarse por qué. Qué hay detrás de esa escenografía iconoclasta. Desde luego, yo veo originalidad y mucha honestidad. Algo diferencial.
Quizás esos críticos no están acostumbrados a reflexionar, a plantearse cosas. A alejarse de sus crónicas que escriben casi en modo automático o tirando de IA. No están acostumbrados a que alguien les cambie el paso, les sorprenda.
Till busca la reacción. Incluso si para eso les tiene que arrojar peces muertos a la cara. Lindemann es provocador, ha creado un espectáculo visual que se convierte en una experiencia única, incómoda y en ocasiones desagradable. Pero, quizás nos viene bien una llamada de atención para que reaccionemos ante la deriva que está tomando la sociedad moderna, esa que mira impasible al televisor mientras a escasos kilómetros de nuestra frontera hay países en guerra, muertes y todo tipo de atrocidades. Despierta, todavía no es demasiado tarde…
Puedes leer otro de mis artículos en este enlace: Curiosidades Rammstein.